Santo Domingo.- El Viernes de Dolores se alza como una jornada llena de recogimiento y devoción en el calendario litúrgico, marcando un tiempo de intenso fervor en la preparación hacia la Semana Santa. Esta conmemoración, dedicada a rememorar los sufrimientos de la Virgen María, es observada con especial solemnidad en diversas regiones del mundo católico.
Durante este día, la comunidad se reúne en iglesias y espacios públicos para rendir homenaje a los Dolores de Nuestra Señora. La liturgia se enriquece con la recitación del Stabat Mater y otros cantos que evocan la pasión y el dolor de la Madre de Cristo, lo que permite a los fieles entrar en una profunda reflexión y penitencia.
Históricamente, la festividad ha tenido un arraigo muy fuerte tanto en Europa como en América, donde las procesiones y actos devocionales han congregado a generaciones enteras. Aunque reformas litúrgicas, especialmente las promovidas por el Concilio Vaticano II, modificaron algunos de los festejos tradicionales—trasladando la fiesta principal de los Dolores de María al 15 de septiembre—en muchos lugares la tradición se ha mantenido viva. Así, el recuerdo del Viernes de Dolores perdura como un símbolo de fe y tradición, adaptándose a los calendarios propios de cada comunidad y, en algunos casos, celebrándose con la misma intensidad de antaño.
Además, es común que se establezcan prácticas de ayuno y abstinencia, reforzando el espíritu de sacrificio que impregna estos días de cuaresma. La prohibición en el consumo de carnes y otros hábitos ascéticos complementan una jornada que invita a la reflexión y al reencuentro espiritual.
En definitiva, el Viernes de Dolores no solo es un día de profundo significado litúrgico y cultural, sino que también representa un llamado a la introspección y a la esperanza. La tradición se mantiene vigente, uniendo a comunidades en torno a la memoria del sufrimiento y el amor maternal que han inspirado a los fieles a lo largo de los siglos.