Hablar de democracia es ir más allá del día a día de la gente. No cabe dudas de que una de las primeras definiciones que nos enseñaron sobre este sistema político, “es el gobierno del pueblo, para el pueblo”, pocas veces ha tenido vigencia, por lo menos en República Dominicana.
Estudios van y vienen, con los que analistas y expertos buscan medir el alcance de la democracia, sus impactos en la vida de la gente y, al final, casi todos, concluyen en que “se está perdiendo”, que está “en decadencia”; en peligro de extinción.
Pocos de esos estudios ponen de manifiesto que la gente ama vivir en democracia, ama ser feliz, ama que la tomen en cuenta, ama que la consulten, ama ver crecer a los suyos en todos los sentidos, ama que las decisiones que involucran el patrimonio colectivo procedan del análisis conjunto, no sólo de una mente brillante, “porque yo soy el presidente y punto”.
Ocurre, y es, que justamente eso es lo que hace falta y, por lo que la gente expresa desgano frente a lo que erróneamente llamamos democracia, en estos tiempos.
El pedido de “la mano dura”, viene dado porque la libertad, que es uno de los elementos propios de la democracia, la hemos convertido en un perfecto libertinaje, en el que nada es nada, nadie es nadie, todo es todo, y vivimos como chivos sin ley.
Los gobernantes no han trabajado para granjearse el reconocimiento y el aprecio de los gobernados y han pretendido siempre imponerse, a fuerza de poder; y ese mismo comportamiento proviene de altas instancias empresariales que, además, conjugan la capacidad económica y financiera para “hacer y deshacer”, sin ningún pudor.
La historia muestra que lo que llama “recesión democrática” es una expresión de la falta acumulada de democracia, lo que ha devenido en falencias sociales, económicas, institucionales, emocionales y, sobre todo, morales.
Hay generaciones prohijadas por los desmanes políticos, por el olvido de las mayorías, por las carencias, por la corrupción, por la imposición y por el abandono, con las cuales se tienen grandes deudas sociales acumuladas y que muchos de los que han tenido oportunidad, y que para llegar al poder prometieron encararlas, lejos de hacerlo, las han profundizado.
Niños, niñas, jóvenes y adolescentes integran la larga lista de víctimas de ese comportamiento y muchos hoy andan por esas calles de Dios, sin fe ni esperanza, aunque otros, felizmente, están metidos en el carril a la espera de que el corredor hacia el futuro, siga expandiéndose. A pesar de todo, ellos apuestan y buscan salidas decentes y plausibles.
No es casualidad el impactante dato arrojado por Latinobarómetro, de que al 63% de los encuestados en República Dominicana no le importa si gobierna un presidente autoritario o de mano dura, siempre y cuándo solucione los problemas históricos que registra la nación.
El indicador compartido por la Organización No Gubernamental (ONG), de Chile, fue obtenido en este mismo año 2023, entre febrero y abril, para ser más exacta.
El período de la realización del estudio expone la necesidad de analizarlo en el contexto en el que se encuentra en este momento el país, cuyo liderazgo político se activa de múltiples formas para participar en las elecciones municipales, congresuales y presidenciales del próximo año 2024.
La democracia sigue siendo el gran aspiracional de la mayoría de los dominicanos, no la dictadura. Por eso, los electores manifiestan empatía y satisfacción con quienes les da respuesta a sus necesidades más sentidas, y lo hace, con honestidad y responsabilidad.
Hay muchas tareas por delante, claro está, pero sí, se puede, recuperar la herida democracia en República Dominicana. En los últimos tiempos, se han dado algunos pasos. ¡Hay que protegerla!