Formación docente y escuela condenadas a cambiar

OPINIÓN

Por Julio Leonardo Valeirón Ureña

OPINIÓN

De que la formación inicial y continua de los docentes debe ser repensada de la misma manera que la escuela, no hay la menor duda.

La escuela como hoy la conocemos, es decir, un centro educativo donde acuden niños, niñas, adolescentes y jóvenes adultos a aprender contenidos curriculares organizados administrativamente en grados y niveles, no tiene mucho tiempo, a diferencia de la schola del latín o scholé del griego (ocio o tiempo libre), éste último para el engrandecimiento del espíritu. Su función ha sido principalmente alfabetizar a las nuevas generaciones en los conocimientos básicos que les permitiera incorporarse a la vida del trabajo, asegurando así la sociedad que emergía entonces. No era posible continuar con una población analfabeta que no fuera capaz de responder a las necesidades del desarrollo social y económico del momento. Por supuesto, y a partir de las concepciones que se tenían entonces de qué era lo que había que enseñar y cómo es que los sujetos aprenden, la escuela se organizó y sirvió para ello. 

La educación escolar, en ese sentido, ha estado centrada en enseñar cosas de todo tipo: gramática, lectura, aritmética, historia, geografía, química, física y un largo etcétera, bajo el supuesto de que unos eran y siguen siendo los portadores del conocimiento a aprender (el maestro) y el otro (el estudiante) quien tenía y tiene que incorporarlos. Paulo Freire le puso un nombre: educación bancaria. Tal estrategia se justificaba en una época en que el conocimiento provenía de una suerte de oráculo depositado en libros y en la cabeza de aquellos que asumieron la tarea de servir de comunicador de estos. Mucho tiempo ha pasado y con ello, muchas reformas en el campo educativo se han llevado a cabo, sin que la esencia de la escuela haya cambiado.

Según Ramón López Martín, la escuela como hoy la conocemos se vincula al pensamiento pedagógico y el análisis de la política legislativa. Él lo plantea de esta manera: “La historia de las instituciones educativas, junto al pensamiento pedagógico y el análisis de la política legislativa, han conformado el triple pilar de contenidos tradicionales o categorías temáticas de la Historia de la Pedagogía.

Desde su nacimiento, en los albores del siglo XIX, se configura como una disciplina propia de la formación de maestros, bajo la cual los futuros enseñantes, además de afirmar su identidad profesional y nacional, con un sentido pragmático y moralizante, aprendían el oficio…”. 

Diversos “artefactos” o recursos fueron importantes para el funcionamiento de este proceso de enseñar y aprender. Por ejemplo, la tiza y la pizarra, invención notable hecha por James Pillans en Edimburgo entre 1778-1864; por otro lado, el lápiz como hoy lo conocemos y el cuaderno, el primero inventado por  Conrad von Gesner hacia el 1565 y el segundo por J.A.

Birchall en el 1902 y a quien se le ocurrió juntar varias hojas de papiro y unirlas a unos cartones con hilo. La invención del libro data de tiempos inmemoriales, es una historia mucho más antigua pues se remonta a la antigua Mesopotamia, que en principio eran tablillas de arcilla, madera, marfil u otros materiales que sirvieron para llevar determinados controles de la vida cotidiana entonces.

A propósito, les invito a leer una obra extraordinaria escrita por una filóloga española de nombre Irene Vallejo bajo el título El infinito en un junco: la invención de los libros del mundo antiguo. Si se animan, de seguro, lo van a disfrutar. Sobre la base de esos utensilios la actividad escolar tomó cuerpo y aún perdura en estos tiempos. 

Desde la década de los ´80 la informática y todas sus aplicaciones hicieron irrupción y nos han transformado la cotidianidad. Es difícil pensar la vida en el mundo de hoy sin contar con todos esos artefactos. 

Una cuestión importante en ese sentido lo constituye el desarrollo del conocimiento y sobre todo, su disposición. Lo que tardaba años en digerirse y luego transferirse a textos escolares, hoy está al acceso permanente y relativamente fácil en la World Wide Web, mejor conocida como www. Miles de aplicaciones de todo tipo pululan por la web, desde la mejor manera de enseñar cálculos, como la de hacer un experimento químico y hasta aprender a leer de manera rápida o aprender otros idiomas. 

Actualmente un derivado de todo ese desarrollo tecnológico nos tienes bastante ocupados por sus posibles consecuencias en muchos órdenes, se trata de la Inteligencia Artificial (IA). No solo que disponemos, relativamente rápido, de cualquier tipo de conocimiento con solo escribir algún concepto en los buscadores conocidos, sino que IA, en sus múltiples aplicaciones, nos ofrece textos, a manera de ensayos, y otros productos más sofisticados, con solo solicitárselos. 

En ese marco de cosas, queramos o no, la función del maestro como incluso de la escuela, debe cambiar, tiene la obligación de cambiar, pues las nuevas generaciones que se disponen a iniciar la escuela han nacido, están naciendo y se desarrollan en el nuevo contexto impregnado de las nuevas tecnologías de la información.

Colocarse de espalda a esa realidad constituye un desatino. Y con ello no quiero decir, ni siquiera sugerir la cuestión de la distribución de tabletas o computadoras en las escuelas. Es reconocer que el volumen de información que hoy se produce constantemente y cuya disposición es pública, requiere de nuevas competencias que hagan posible un uso más adecuado de la misma. La diferencia y que al mismo tiempo entraña una gran complejidad es que se produce libremente, sin normas que lo regulen, como sucede con el conocimiento científico que además de riguroso es sistemático y sujeto a evidencias, pero que al mismo tiempo su carácter público lo pone a la disposición de todo aquel que tiene un medio para hacerlo.  

Por ahora termino con aquella frase de Umberto Eco y que puede ser un punto de vista importante para el debate sobre la educación de hoy y mañana: “En el futuro, la educación tendrá como objetivo aprender el arte del filtro”, lo que supondrá para incluso el propio maestro, nuevas competencias además de las ya tradicionales como lo es el hábito de la lectura y la comprensión de la misma.

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