Patricia Arache
Cuando en la primavera del año 2011, inmensas cantidades de algas, que no sabíamos identificarlas, comenzaron a cubrir casi todas las playas del litoral Este, que luego se esparcieron por otras regiones de República Dominicana, muchos pensaron que “lo peor” había llegado.
Las playas del Caribe estaban plagadas de lo que, después se supo, se llama “sargazo” y el país no era la excepción, lo que generó gran preocupación, debido a que, además de provocar múltiples problemas de salud, la situación impactaba la principal fuente de ingresos y bastión de la economía nacional, desde los años 90.
Durante mucho tiempo los sectores gubernamental y hotelero intentaron hacer frente al flujo del sargazo en las playas, que se convierte, fuera del agua, en una masa hedionda y nauseabunda, cerca de la cual es casi imposible permanecer.
Los esfuerzos por combatir el sargazo, entonces, derivaron en acciones que atentaban contra el medio ambiente y los recursos naturales porque, en el afán de crear barreras contra la penetración de esas molestosas algas, los hoteleros y dependientes recurrían a equipos pesados y otros instrumentos que lesionaban la naturaleza misma de las playas.
Ha transcurrido más de una década desde aquella primavera, en la que se bloquearon, incluso, costumbres de familias locales de visitar las playas los fines de semana y cada vez que se tuviera un chance y que colocó en situación tan difícil a la industria del turismo que hasta pudo haberla hecho sucumbir.
Muchas voluntades, el Estado, empresarios, academias y sociedad civil se unificaron en un concierto de voces para la búsqueda de soluciones a un problema que de no haberse tratado con presteza habría sepultado el renglón de la economía nacional que, de acuerdo a estadísticas recientes, aporta aproximadamente el 26% del Producto Interno Bruto (PIB).
Recientemente, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, en la voz del viceministro de Recursos marino y costero, José Ramón Reyes, calificó el sargazo como una catástrofe para la economía y el turismo dominicanos.
Ciertamente, sería una catástrofe si no se buscaran salidas para evitar que ese sargazo cubra nuestras playas y si, mientras tanto, no se estuviera aprovechando gran cantidad de esas algas para impulsar las exportaciones de materia prima hacia otros puntos del mundo, en torno a lo cual, al parecer, no hay intervención gubernamental.
Una información ofrecida por el empresario Andrés Bisonó León, quien ideó un equipo mecánico que ha permitido la extracción de más de 10 millones de libras de sargazo desde el año 2018 a la fecha, revela la existencia de un nuevo negocio en el país.
El empresario, fundador CEO de SOS Carbon, detalló que esa empresa ha enviado sargazo a unos diez países, entre los que figuran Finlandia, en primer lugar, que lo utiliza para la elaboración de cosméticos; así como Australia, y también California, en Estados Unidos de Norteamérica, donde lo convierten en plásticos biodegradables.
Esas prácticas son muestras inequívocas de que cuando se quiere, se puede, y de que siempre habrá fórmulas para convertir debilidades y amenazas en grandes oportunidades.
Estas son acciones importantes a favor de la salud de la gente, del medio ambiente, del turismo y de la economía del país, provenientes del sector privado, que también abren campos a posibles nuevas inversiones extranjeras y, con ello, a la creación de empleos. Esta es, sin dudas, una muy buena historia para contar.
¡Es una gran noticia! Sí, se pueden convertir debilidades y fortalezas en grandes oportunidades.