Patricia Arache
Cada época tiene sus propias expresiones sociales y las demandas de la población dominicana en los años 80 y 90 no son una excepción.
La falta de servicios básicos como energía eléctrica, agua potable, educación y empleo eran problemas apremiantes que generaron gran insatisfacción social, al igual que la inestabilidad económica que, incluso, motivó las protestas de abril del 1984, en rechazo a la, entonces, muy traumática negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La crisis en el servicio de energía eléctrica era un obstáculo para el desarrollo económico y la calidad de vida de la población, por lo que las protestas y manifestaciones exigiendo mejoras en la distribución y generación de ese bien, eran permanentes.
La falta de agua potable era un problema generalizado, especialmente en las zonas rurales y marginadas y en las comunidades se organizaban acciones para reclamar el acceso a agua limpia y segura para el consumo humano, pero también para la producción agropecuaria del país.
No olvidamos que la falta de escuelas, la baja calidad de la educación inicial y básica; así como las dificultades para acceder a la educación superior eran motivos continuos de descontento social, junto a los justos reclamos de mayor presupuesto para la cobertura del derecho que constituye la educación.
Esos reclamos, sin dudas, contribuyeron al fortalecimiento de la democracia y del Estado de derecho e impulsaron la apertura política, la defensa de los derechos humanos y la participación ciudadana.
Sentaron las bases para el desarrollo social y económico del país y contribuyeron a una mayor responsabilidad de la clase política frente a las obligaciones de mejoras en los servicios básicos y la ampliación de las oportunidades, lo cual ha contribuido y sigue contribuyendo al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza.
Esos tiempos parieron un sector político con mejor misión, visión y compromiso social que, aunque todavía tiene muchas debilidades por superar, se advierte más humano y conocedor de la tragedia humana.
Así, hemos venido cambiando. Hoy la sociedad tiene otros reclamos, sin obviar que de aquella época quedan desafíos pendientes en materia social, porque la desigualdad sigue latente, al igual que brechas visibles en el acceso a los servicios básicos de salud, educación, empleo y oportunidades de desarrollo.
La corrupción y la impunidad persisten como obstáculos para el progreso social, frente a lo cual se hace necesario fortalecer las instituciones y garantizar la transparencia y la rendición de cuentas.
Nadie niega que persiste la exclusión social que afecta, principalmente, a grupos vulnerables como mujeres, niños, personas de la tercera edad, personas con discapacidad y otras minorías necesitadas de más políticas públicas que promuevan la igualdad de oportunidades.
Pero tampoco, se puede negar que el país ha evolucionado, que sus estructuras sociales son otras, que se manejan conceptos más enfocados a la gente, con mayor sentido de oportunidad y de inserción al desarrollo, y que se encuentra en una muy favorable posición y vocación para convertirse en eje estratégico de crecimiento en la región de América Latina y el Caribe.
Cuando recientemente el presidente Luis Abinader resaltó que la pobreza en el país se redujo 7.2 % con respecto al año 2019, antes de la pandemia, y que, en el primer trimestre de este año, la reducción fue de 5.3 % con respecto al año pasado, ofrecía un importante dato, sobre el cual, incluso, se pueden hacer investigaciones científicas.
El mandatario refirió que al inicio de su gobierno se propuso redefinir las políticas de protección social del país con enfoque claro en la autonomía económica, la inclusión laboral, productiva y social, sobre todo de las mujeres, jóvenes y población más vulnerable. Ciertamente, lo ha venido haciendo.
Impulsar el crecimiento del país debe ser un objetivo de todos y, por ello, cuando se ofrecen estadísticas que reflejan avances, hay que celebrarlo, si dejar de trabajar para alcanzar el progreso pleno y eliminar las taras que durante mucho tiempo nos han hecho tropezar en el trayecto de colocarnos en el nivel del desarrollo.
La salud, la educación, la formación técnica profesional y la transparencia están entre los pilares estratégicos a fortalecer. No hay que detenerse.